martes, 18 de junio de 2013

La pareja en el tango

Cuando pensamos en la pareja en el tango, la primera imagen que nos surge es aquella en la que el hombre domina el baile y la mujer está sumisa. Hay verdad en eso, pero esta es una forma tan tosca y superficial de entender la relación entre el hombre y la mujer en el tango, que distorsiona el acto creativo que surge de ellos. Veremos en qué consiste ese acto creativo, y qué género de experiencia emocional se puede crear en este baile. También queremos dar un enfoque de  la pareja en el tango, relacionándola con la pareja en la vida real. En este artículo queremos desarrollar estos dos puntos.
Según Don Berry el tango es único entre los bailes, porque sabe exprimir con fuerza la interacción de opuestos. “Hay un continuo entretejer de ritmos lentos y ritmos rápidos, de movimientos lentos y fluidos y de vueltas cerradas, de movimientos de contracción: de libertad y disciplina“. Pero, el poder creativo del tango se encierra dentro de los dos polos opuestos de la pareja: el hombre y la mujer. El primero crea la forma y cura la geometría, la segunda la llena de belleza, disfrutando de su propia femineidad. El tango es una experiencia compartida: para llegar a un intercambio los dos tienen que dar lo que tienen y tomar lo que les falta. Ellos pueden sacar provecho en este intercambio. El movimiento es un diálogo y requiere una sensibilidad emocional. Siempre según Don Berry “la mujer está en un estado de conciencia elevada, pendiente de los matices del compás y el ritmo, sensible no sólo a la música, sino a los sentimientos del hombre hacia ella y la música y la danza que el hombre va creando desde esos sentimientos”. En el mito del tango se habla de dos mujeres que murieron de una emoción arrolladora generada por el baile, una en Buenos Aires en  1912 y la otra en París en  1926.
El tango es un baile que al mismo tiempo requiere y desarrolla un  diálogo entre la pareja. Ambos tienen que estar seguros de comprender las señales que se dan a la recíproca. En este diálogo nunca se puede conocer el resultado final, ya que es un misterio y una aventura.
El tango es una visión sistémica del amor de pareja pudiendo ser considerado como una experiencia vivencial entre el hombre y la mujer. Dentro de la pareja hay una posición paritaria: los dos aportan lo suyo y juntos crean un baile único. Él que dirige no impone su fuerza y la que se entrega no se deja caer. No se trata de producir una diferencia de nivel de poder: el hombre no puede avanzar sin tener a la mujer en cuenta y ella no tiene que oponer resistencia, a lo contrario los dos intentan crear un movimiento fluido. Pero, al mismo tiempo, la mujer no está obligada a responder a las señales del hombre y él acepta esto.
El tango es más que un baile: acerca a la pareja dejando afuera la sumisión y la agresividad. La doctora Veronica Marsiglia en su libro “Psicotango terapia” aconseja a sus pacientes bailar el tango, para superar experiencias de violencia. Ella dice que “el abrazo, que es el centro del baile, acerca al hombre y a la mujer de forma pacífica. Bailar el tango ayuda a desarrollar sentimientos de empatía, afecto, amor y melancolía”. Según Horacio Ferrer, presidente de la Academia Nacional del tango de Buenos Aires, el tango contiene toda la gama de sentimientos del ser humano y es una cultura que contiene al mismo tiempo música, poesía y baile. Eso es porque “nace de la voluntad de redención para aliviar un dolor, una patria dejada, un amor perdido. Pero mira adelante, hacia el futuro”. Siempre según la doctora Marsiglia, para bailar en pareja es necesaria estabilidad en sí mismos, cada uno tiene que estar centrado en su propio eje, por eso se requiere equilibrio y armonía.
En la milonga, el salón de baile, se requieren códigos de respeto y cuidado: hay que llevar trajes elegantes (muchos de los hombres argentinos no bailan si no tienen la chaqueta), el hombre invita a la mujer con una mirada o un cabeceo, la mujer acepta con una sonrisa o gira la cabeza simulando no haber visto la invitación. Sin palabras, simplemente. Para terminar citamos el cuento “El pequeño Heidelberg” del libro escrito por Isabel Allende, “Cuentos de Eva Luna”:


“- Tantos años bailaron juntos El Capitán y la Niña Eloísa, que alcanzaron la perfección. Cada uno podía intuir el siguiente movimiento del otro, adivinar el instante exacto de la próxima vuelta, interpretar la más sutil presión de la mano o desviación de un pie. No habían perdido el paso ni una sola vez en cuarenta años, se movían con la precisión de una pareja acostumbrada a hacer el amor y dormir en estrecho abrazo, por eso resultaba tan difícil imaginar que nunca habían cruzado ni una sola palabra.-”



Fuentes consultadas

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